
No sabía cómo titular este post. Pensé en el lugar común de: jugamos como nunca pero perdimos como siempre. O la misma idea pero con un toque personal, algo así como: la constancia nos define; perdimos otra vez. Pero al final me decidí por el que considero recupera nuestro ánimo: denme un portero y conquistaré el mundo. Ah, claro, hubo futbol. Aquí la crónica.
9:30 pm. Por estas fechas las noches se ponen el traje de lluvias. Sin duda eso le da un toque londinense al escenario, pero espanta a los jugadores. Nos contamos, somos... 4 (el equipo es de 6). Una voz lo dice todo, nos va a ir como a los espartanos. Ni hablar, entramos a la cancha de buena gana y mentalizados a recibir goles por racimo. Es lo que hay. Carlos, con eso de que trabaja en la oficina de
9:35 pm. El partido empieza, para no variar, el equipo contrario está uniformadito. Carajo, eso siempre impone. Además, traen 4 cambios. Nosotros ni completos estamos. Primeros chuts. La mueven para aquí, luego para allá. La cancha es un auténtico potrero. Charcos por doquier. Alex improvisa esta noche como portero y desde ahí nos ordena. Nos da instrucciones. Pero algo anda mal, han pasado casi tres minutos y la cosa está pareja. Se aparece Diego y entra a la cancha. Estamos completos. Insisto, esto tiene un tufo raro. El equipo contrario pierde el balón en media cancha y la irregularidad se rubrica porque conectamos dos pases entre nosotros. Jugada al frente y un tiro nuestro al arco contrario. ¿Qué está pasando? De pronto me doy cuenta y no puedo negar la emoción: el equipo de enfrente -con todo y su uniforme- es igual de malo que nosotros.
Y ahí ando corriendo con cara de idiota de la alegría (cómo negar que el detalle del equipo maleta me cayó de variedad) cuando de pronto Juan Carlos, crecido ante las insuficiencias de nuestros rivales -sólo comparables con las propias- intenta un taquito que se convierte en pase para gol, pero de los contrarios. Se descuelga uno de los individuos rivales, corriendo como puede, chueco y a velocidad paquidérmica, avanza algunos metros y suelta un tiro digno de risa. Nomas que nos la tragamos por que nuestro arquero debutante: Alex, también tiene lo suyo y con una maniobra extrañísima la deja pasar entre las manos y se va hasta las redes. Charros, 1-0. Nosotros a lo nuestro, gritos de ánimo, venga, a jugar, paraditos y demás (lo de siempre).
Pero les digo que este día retamos a la noción de normalidad. Cuando nos damos cuenta ya estamos otra vez tocando el balón entre nosotros, paredes, pases filtrados, bueno, bueno, quién nos viera. En una de esas, pase a profundidad, Joel “el advenedizo” (o sea, el que aceptó jugar) la rebota con uno de los defensas contrarios, el balón le queda en los pies, alza la vista, la puntea, Juan Carlos va corriendo, chistocito así como corre él, por la banda, el ángulo se cierra, burla a un contrario, suelta un tiro hacia la portería y... goooooooooooooooooooool, gooooooool, gool, gol, de REPÚBLICA. 1-1. La noche se ilumina y la lluvia ni se siente.
Jugada del equipo contrario al más puro estilo ahí va la bola lejos de aquí, su delantero la ve venir, tiene espacio y sólo hay un defensa nuestro, a mi me ataca el nervio. Carlitos va a la marca, yo juego mi área. El delantero contrario, que tiene la figura atlética de Benito Bodoque, la puntea chorreadita-chorreadita, mis reflejos tan pa’l arrastre, me tardo una eternidad en agacharme, el balón me pasa al lado, giro y con un movimiento de felino herido de muerte desplazo mi cuerpo tras la pelota que rueda lento hacia la portería. La sigo con la mirada y lo único que se me ocurre es aventarme tras de ella, doy dos pasos y me dejo caer de panza estilo balneario. Se me desacomoda el mondongo del guamazo y el guante roza el balón pero es insuficiente para siquiera desviarlo. 4-2.
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