viernes, 9 de noviembre de 2007

Dos males no hacen un bien. ¿Lo público es de quién?

Miguel Pulido Jiménez
Octubre 2007

A propósito de…

Estatuas derribadas, recordarán ustedes aquellas escenas difundidas por CNN mostrando a una marabunta en Irak haciendo lo propio después de la caída militar (es decir, en forma no democrática) del régimen (igualmente no-democrático) de Sadam Husseim. Obvia decir que la estatua derribada en aquella ocasión era del mismo Husseim. Pues bien, antes de que alguna persona altamente sensible se sienta ofendida por la (intuitivamente lógica) comparación que vendrá respecto al derribe de la estatua de Husseim y la del ex presidente Vicente Fox, ocurrida el sábado pasado en Boca del Río, no está por demás dejar testimonio que no es mi intención comparar a ambos personajes.

¿De que van entonces estás líneas? Van sobre las pretendidas justificaciones morales de algunos grupos para actuar de forma antidemocrática frente a hechos o sucesos que sí consideran en oposición, y desde su particular punto de vista, terriblemente antidemocráticos. Van sobre contextos idénticamente reprochables (al menos desde un punto de vista que mida con la misma vara ciertas conductas) pero que no necesariamente produce su neutralización.

Revisemos un poco lo pretérito (es decir, lo pasado). El 23 de marzo de 2003, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush declaró la guerra al gobierno de Irak acusándolo de poseer armas de destrucción masiva. Al curso de sólo 37 días y pasando por encima de la milicia iraquí como lo haría la selección brasileña sobre el otrora poderoso “albinegros” de Orizaba, Bush declaró el 1º de mayo el fin de todas las hostilidades. La alianza organizada por el presidente de los Estados Unidos (algo así como un club de Tobby recargado) argumentó siempre la posesión de armas por parte del gobierno con sede en Bagdad. Como complemento se señaló siempre que las absurdas y criminales acciones del régimen de Saddam Husseim debían terminar y que Irak transitaría una democracia.

No dudo por un minuto que las arbitrariedades y las acciones criminales debían terminar. Lo asumo como una urgencia que tendría que darse en otras latitudes del planeta. Sin embargo, forma en la que actuaron Bush, Blair y Aznar no soporta ningún examen decente de respeto al derecho internacional, a los valores democráticos, a los principios de no intervención y a las reglas básicas humanitarias para los conflictos internacionales. Las miserias del comportamiento del enemigo no justifican bajo ningún concepto la un comportamiento igualmente atrofiado.

Pues bien, no comparto, bajo ninguna circunstancia (fuera de aquellas que no cuadren en la razón) y por ningún motivo, que sea meritorio ni deseable llamar homonimámente a Vicente Fox alguna calle, camino rural, vereda o atajo a salto de mata. Menos aún, que una estatua reproduciendo su imagen altere la de por sí maltratada estética pública. No es sólo la ocupación ociosa que hizo del buen momento de transición y el costo de oportunidad que para nuestro país significó su mandato, el perverso uso del poder y la rayada que le dio a la carrocería de nuestra vida institucional, sino también (es decir, muy también) el insufrible comportamiento y la incontinencia de la que ahora es presa, y en consecuencia (en virtud de su condición de personaje público) también nuestra normalidad política.

Si me agarran desprevenido, por ahí confieso que a las barbaridades de Fox sólo le corresponden idénticas actitudes (igual de primitivas, pues). Pero lo cierto es que dos males no hacen un bien. En mi opinión, debajo de este caricaturesco episodio y alegre sabadazo para los reporteros que cubren la fuente de Boca del Río, subyacen otros problemas de alguna consideración merecida. A puro ojo de buen cubero me atrevo a decir que la sociedad veracruzana no está volcada en devoción al pan y menos al anterior presidente (le pido prestados argumentos a la teoría política y al análisis improvisado y me remito al comportamiento electoral en las pasadas elecciones federales –mitad Calderón y mitad López Obrador- y las estatales –arrasó el PRI-). De dónde pues, la idea de poner el nombre de Fox a una calle y levantar una estatua suya en el espacio público. Pues del apropiamiento que hacen las autoridades municipales (no sólo ellas) para honrar con recursos públicos a quiénes sólo ellos deben favores políticos.

En la feria de las imprudencias políticas que estamos viviendo, debemos destacar que quién más raiting tiene es el ex presidente Fox. Los políticos priistas veracruzanos que solaparon y atestiguaron como si fuera una gracia el derribe de la estatua de Fox repuntan con buen talante y se les ven maneras para competir. Pero poco se ha dicho de la imprudencia política del gobierno de Boca del Río, de la práctica antidemocrática de emplear lo público para tratar de imponer en el espacio de todos, concepciones parciales (no por nada se llaman partidos políticos). Alguna mención, aunque sea al esfuerzo debemos darle. Y a propósito de todo esto, ni está tan bonita la estatua.