jueves, 19 de julio de 2007

Elecciones locales y reforma electoral

Miguel Pulido Jiménez
Septiembre 2007

A propósito de…

Elecciones, algo queda claro después de las últimas en Veracruz, los partidos políticos (propiamente sus dirigentes, integrantes y en muchos casos simpatizantes) están imposibilitados para respetar las reglas más elementales de la vida en democracia o, por lo menos, tienen una distinguida facilidad para enrarecer el ambiente, traicionar su palabra y convertirse en una réplica de lo que censuran.

Y lo cierto es que aunque sea comprensible la pasión con la que se puede, y yo diría se debe, vivir la política, también lo es que nada justifica variaciones tan pronunciadas en el comportamiento, contradicciones en el actuar y el abandono de la civilidad electoral. Sin duda son estos vaivenes los que se han traducido en el descrédito de la clase política en su conjunto y los que han generado que las expresiones a través del voto sean cada vez menos concurridas.

Por ejemplo, el descarado uso de un lema de campaña asociado a programas sociales del gobierno del estado de Veracruz y a la publicidad oficial que se había venido desplegando en los últimos años, tiene un tufillo a partidización de la acción de gobierno (o a gobiernización de las campañas). Además, un estudio presentado por Fundar, Centro de Análisis e Investigación, A. C., revela que más del 15% de la publicidad electoral del PRI correspondió a lo que se ha denominado publicidad negativa. Un dato aún más escandaloso es que más del 90% del total de las campañas negativas que se dieron en Veracruz, detectadas a través del monitoreo de medios realizado por Fundar, fue obra del PRI (ver www.fundar.org.mx ).

Con qué rapidez olvidaron Fidel Herrera y su equipo de colaboradores más cercanos la intensidad con la que reclamaron, allá en 2004, la intervención del gobierno federal a través de sutiles mensajes que hacían de los programas sociales instrumentos para la inducción del voto. Claro, aquello era “su” campaña y en aquel momento se valía denunciarlo todo: lo expreso y lo subliminal. Aunque hoy, para defender el triunfo en las urnas y lo que es una histórica recuperación del poder, hagan mutis.

Rascarle a la historia de los partidos es abrir una vitrina de contradicciones. Por ejemplo, en 2004, la alianza Fidelidad por Veracruz ganó con cerca del 36% de los votos a su favor, superando por menos de un punto porcentual al candidato del PAN; Gerardo Buganza. El propio Buganza, en septiembre de ese mismo año, afirmó que la elección en Veracruz sólo se transparentaría contando voto por voto, posición apoyada por el entonces presidente del CEN del PAN, Luis Felipe Bravo Mena. Los días pasaron y a los panistas se les olvidó la furia y la legitimidad de un contendiente a reclamar un recuento de votos (los curiosos pueden consultar, entre otras fuentes, La Nación, órgano de difusión del PAN, en donde consta literalmente el “voto por voto”). Dos años después, ese mismo instituto político acusó de caprichosos e inmorales, de no saber perder y de invitar a violar la Constitución a los perredistas, quienes tienen sus propios andares, sus propias contradicciones y suficiente cola que les pisen.

Hoy, nuevamente es el PAN quien amenaza con impugnar la elección. Es un derecho de los partidos objetar los resultados, es una obligación de las autoridades correspondientes conocer de esas impugnaciones y emitir su veredicto. No tengo la menor duda de que las elecciones no fueron limpias y tampoco la tengo de que no hay partido político que pueda lanzar la primera piedra. Eso es parte del desencanto. De llevarse la elección a los tribunales, estoy convencido que la sentencia que se emita reconocerá distintas faltas y violaciones a la ley electoral. Podrá incluso anular alguna parte del proceso por aquí, otra casilla por allá. En los casos más graves, hasta cambiará algún resultado distrital o al ganador de una alcaldía. Lo lamentable es que los partidos saben perfectamente sacar cuentas, y en su loca carrera al poder se autorizan cualquier atropello, pues la sanción siempre será menor que la recompensa de ocupar, aunque sea a costa de “algunas” irregularidades, el poder.

Así las cosas, y en este contexto, el Senado ha tenido un destacado papel en lo que parece ser una incipiente, pero muy deseable reforma electoral. Sobre ella se discute en abstracto, con pocas referencias a los recientes procesos de Baja California y Veracruz (pareciera que sólo importa la esfera federal y la pasada elección presidencial). Porque con todo y todo, hay heridas, que entre políticos, no se salan. Por eso digo que sería sano que a propósito de reformas electorales, se tomaran más en cuenta las últimas elecciones locales y no sólo el trauma federal.